La alegoría de la nutria
Volver de la facultad, vuelvo siempre por la misma avenida: Sarmiento en dirección al monumento a los españoles. De la mano del zoológico, siempre del mismo lado. A las doce ya no hay gente, camino, por lo general, sola. Ni atrás ni adelante, a ninguno de los lados suele haber nadie. Pasan autos, eso sí. Ayer repetí, como siempre, el camino de los lunes. El tramo es largo, tiempo suficiente para un cigarrillo. Ayer, cuando lo encendía, vi moverse algo que en principio parecía un gato. Cuando me acerqué me di cuenta de que no, no era. Era una nutria. Se había escapado no sé cómo ni hacía cuánto del zoológico y corría buscando un hueco para entrar. No sé si era triste, verla, desesperada por volver a la jaula, o si era gracioso el gesto ese, patético, animal, de querer estar otra vez encerrado. De hecho no sé si aquello era animal o más propiamente nuestro, y por eso el sentimiento ambiguo. Pensé que lo que tenía que hacer, era pedirle ayuda a alguien. Pero ya dije que no hay nadie, a esa hora. Así se disolvió el dilema: lo único que tuve que hacer, fue irme.
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